Thursday, 14 June 2007

Hace dos años

Fue hace dos años, un poco más. Todavía estaba con Borja. Él me decía que no dramatizase, pero yo no paraba de llorar porque nunca le había visto así. Le bajaron de casa sentado en una silla. Tenía una cara muy triste, como de impotencia. Supongo que a nadie le gusta sentir que envejece.

Fueron cuatro meses de hospital. A ratos mejor, a ratos peor. Mi abuela pasaba el día allí, desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche. Adelgazó mucho. Borja ya no estaba. Bueno, Borja aparecía de vez en cuando, en cuanto conseguía olvidarme un poco de él, para tocar las narices.

Yo a veces hacía turnos, otras iba a comer allí. A veces me pasaba a última hora. Estábamos todos volcados, como es normal. Siempre hemos sido una familia unida y más desde entonces y desde… Bueno, lo que decía, que yo pasaba por allí, le contaba las novedades de mi vida. Mi viaje a Praga y mis intentos de olvidar a Borja, mis planes de futuro. Mi tía tenía contactos en el hospital y consiguió que le asignasen una habitación individual, aunque creo recordar que en algún momento compartió una con otros enfermos. También creo que uno de ellos murió al poco tiempo. No sé, a veces me falla la memoria. El caso es que mi coche se sabía ya el camino al hospital y los pasillos se convirtieron en lugares donde pasear y rediseñar mi vida, a veces de manera fantasiosa.

El curso terminó y llegó el verano. Yo tenía miedo. No sé muy bien por qué, pero tenía miedo. Así que me puse a trabajar. Las visitas al hospital continuaron, pero las cosas parecían ir a mejor. Por fin veíamos la luz al fondo del túnel. Y no solo eso, Borja se había ido definitivamente y yo era mucho más feliz.

A mediados de agosto le dieron el alta. Se fueron a la sierra, a la casa en la que pasan todos los veranos. Las cosas empezaban a cambiar. Sin embargo, unos días después la ingresaron a ella. Era algo inexplicable, una pérdida de memoria reciente, tal vez un shock. Ya he hablado de ello otras veces. Supongo que a veces lo necesito porque 2005 es un antes y un después en mi vida y cada vez avanzo más en el después, pero tengo que superar el antes y el durante y a ratos pienso que no lo he conseguido del todo. Por eso escribo y por eso a veces lloro. El caso es que las cosas empezaron a ir a peor, mucho peor. Y la preocupación ya no era él sino ella, pero el escenario era el mismo: los mismos pasillos y los mismos ascensores. La misma sala de espera y las mismas lágrimas. Y Borja ya no estaba. Y yo buscaba algo a lo que agarrarme y no lo encontraba.

Fueron cuatro meses complicados. Nunca me he sentido tan perdida, nunca en mi vida había tenido un nudo tan grande en el pecho. El 31 de diciembre se acabó todo. La mala racha tocó fondo de verdad. Lo bueno es que, una vez tocas fondo, te puedes impulsar hacia arriba y con un poco de suerte llegar a la superficie antes de quedarte sin oxígeno y así evitas ahogarte. Eso fue un poco lo que pasó.

Por eso ahora no puedo evitar el miedo. No puedo evitar las lágrimas. Siento pánico ante la idea de tener que volver de visita a ese hospital. Tengo pánico a los hospitales.

Aquella noche le mandé un mensaje a Borja para felicitarle el año y contarle lo que había pasado. Ni siquiera me llamó.

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