Thursday, 19 April 2007

De camino al metro me cruzo con un grupo de gente que pide un hospital público para esta zona. El papel que reparten se queja de que el hospital asignado para la zona sea el Ramón y Cajal, y es ese nombre el que provoca un nudo en mi garganta. Intento contener las lágrimas, pero no puedo. Lo bueno es que llevo gafas de sol.

La primera visita fue la más dura, luego intentaba contarte algo, por si acaso, pero no me salían las palabras. Te acariciaba la mano, te daba algún beso. En la última visita creí verte sonreír. No me gustaba la sala de espera. No me gustaba ver a la gente llorar. No me gustaba oír las tragedias ajenas. Es curioso lo fríos y distantes que pueden llegar a ser los médicos de la UCI.

Desde entonces, no hay día que no piense en ti. Las casualidades me hacen creer que de alguna manera estás ahí, aunque sea en forma de recuerdo, o en forma de anillo en el dedo que hace que te lleve conmigo siempre. Dicen que me parezco a ti y me siento muy orgullosa de ello. Si tú supieses la tremenda huella que has dejado en todos nosotros, también te sentirías orgullosa.

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